martes, 7 de febrero de 2023

El silencio de la Luz y la Oscuridad. 2

 

 Cuando Despertemos


Cada vez que cierro los ojos, imagino que soy libre, y durante ese único momento en el que no debo ser la persona que los demás creen, esperan y quieren que sea, en ese instante infinito pero demasiado corto, puedo sentir la calidez de la luz. Desearía poder dormir para siempre... 

Desperté primero, por alguna razón, generalmente no me preocupaba por eso. Pero últimamente él me llevaba a su habitación y me "dejaba" dormir allí. Me inquietaba que algún sirviente se le ocurriera llegar temprano para ofrecer el desayuno o la limpieza, aquello no era un problema en mi recamara, casi nadie iba y jamás entraban sin mi permiso. 

Eran pocas las veces que compartíamos la cama, hacía lo que tenía que hacer, luego se vestía muy prolijamente como siempre y se marchaba sin siquiera mirarme. Me acostumbré a lo rutinario, el cambio era incertidumbre y la incertidumbre era peligrosa.

Solo sabía que debía abandonar rápido su cama y esa habitación. Intenté vestirme a prisa pero sin hacer ruido, para que no despertara. Cuando estaba por ponerme los pantalones el frio de una siniestra mirada, que podía percibir sin ver, me invadió, carcomiendo hasta mis entrañas.  

-Desaparecieron...- Dijo, con tono suave, deslizando un dedo de forma recta hacia abajo, por mi columna. -No tiene caso, cada vez me esfuerzo mas... En hacerlas mas profundas, pero solo duran una noche, un día como mucho- Era atípico que me hablara de esa forma a plena luz del día, me consternaba, aunque no lo suficiente como para ignorar aquel desagradable comentario. 

-Si quieres dejarme una marca que dure ¿Por qué no me marcas con la tinta negra?- Apreté los dientes en una expresión pura de rabia. Lo notó, me había hecho enfadar, y sonrió con satisfacción. 

-Una marca de tinta arruinaría tu hermosa piel, además de que esta prohibido, por supuesto-

-Una prohibición que tu inventaste al igual que el incesto, cuando lo cometes todos los malditos días-

Giré para mirarlo a la cara, me interesaba saber que respondería a aquello ultimo, la contradicción era un rasgo común en mi hermano, pero esto sobrepasaba la hipocresía. Me sostuvo la mirada sin responder, con ese gesto falso de inocencia, haciéndose el desentendido. Desvió los ojos hacia un costado y comenzó a tocarse los labios con la yema de los dedos, ignorándome de forma deliberada.

-Si pudiera dejarte una marca lo haría con la Daga de los Tres Males, la clavaría muy profunda... Aquí- Señaló en su cuerpo desnudo el lugar donde quería apuñalarme. Parecía excitarse al pensarlo. 

En ese momento dejó de importarme que evadiera mis preguntas, lo único en lo que podía pensar era en que tenía que irme de allí, rápido.

-¿Ya te vas?- Me sujetó de la muñeca, deteniéndome, antes de poder levantarme de la cama.

-Podría venir algún sirviente y vernos-

-¿Y que?- 

Su retorica resonó profundo en mi mente, como si la golpeara, la preocupación descendió hasta mi pecho en forma de un palpitar crepitante. ¿No le importaba? Tenía que importarle, era importante... Pero no le importaba. 

-Solo deja que me vaya, ya fue suficiente- Traté de levantarme pero él apretó aun mas fuerte mi muñeca, tanto que creí que me la rompería.

-¡No dije que puedes irte, te iras cuando yo diga que puedes hacerlo!- Su voz se estaba volviendo grave y agresiva, sus ojos lentamente negros como agua estancada. Esto era lo temía, la Oscuridad, clamando por salir.

-Entonces ¿Qué quieres que haga?- Cuestioné acercándome a él, volviendo a meterme en la cama. Debía calmarlo antes de que se saliera de control. 

-Bésame- Ordenó. 

Y otra vez tuve que sacrificarme a mi mismo, de nuevo, como tantas veces había hecho antes. Siempre ha sido así, al menos desde que puedo recordar. No puedo salvarme a mi mismo. 

Me tomó del rosto, atrayéndome hacia el suyo, atrapó mis labios entre sus dientes, filosos como las fauces de una fiera, mordió el inferior hasta hacerlo sangrar y se relamió cual depredador saboreando a su presa. Me empujó sobre el colchón, colocándose encima, mi cuerpo se aplastó bajo el peso del suyo, me inmovilizó sujetándome ambas muñecas, sus ojos se inyectaron por completo en negro. Acercando su boca a mi oído susurró; 

-No te preocupes, nadie vendrá a salvarte-


Pero siempre llega el momento en el que tienes que despertar, allí es donde se encuentran las pesadillas, en la realidad, cuando te das cuenta que esa luz cálida es tan tenue que la sientes morir, y la esperanza se marchita junto con tu felicidad. Tiene razón, nadie puede salvarnos, ¿Será que todavía estamos dormidos? Si es así... ¿Qué pasará cuando despertemos?.


-Nunca nadie podrá alejarte de mi. Ni siquiera tu mismo- Juró con recelo, y disimulada rabia, pero lo que para cualquier otra persona sonaba a puro egoísmo,  de un ser tirano y un alma destilante de maldad, a mi solo me parecía miedo, en desesperación, desde la inseguridad, solo simple miedo. 

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