El Ángel del Final de los Tiempos
Recuerdo una de mis vidas, antes de la tercera humanidad, cuando llegué a esta tierra por primera vez todo me parecía tan extraño y hermoso.
Fue un día de lluvia. Del cielo que bordeaba mi hogar, bajó un ángel. Solo tenía un ala, pero sus ojos atrapaban infinidad de colores, y estos colores se movían en sus pupilas como una aurora boreal. Las gotas de lluvia permanecían estáticas, suspendidas alrededor de su pálido cuerpo, pensé inocentemente que el ángel podía controlar la lluvia, pero solo estaba deteniendo el tiempo, lo manipulaba como hilos de seda entre sus dedos. -¿Cual es tu nombre?- Le cuestioné al ángel, pero negó. Su voz era solo silencio, su nombre no podía ser pronunciado. Acogí al ángel en mi hogar y lo llamé "Airha" que en la lengua antigua significa; "Una sola ala" . Las lunas cambiaban, y las estaciones pasaban mientras Airha y yo vivíamos los dos solos en aquella cabaña en medio de la nada. El tiempo que pasamos juntos son los recuerdos que mas atesoré durante el resto de mi vida.
Mientras recolectaba flores del jardín, me di cuenta que los ojos de Airha tenían mas colores de los que podía nombrar, cubrí su cuerpo de flores, pero los colores de las flores no se parecían al color de sus ojos. Jugamos en el campo hasta que la noche nos abrazó. Nos quedamos mirando las estrellas un buen rato recostados sobre la tierna hierba. -Tus ojos, se parecen un poco al cielo- Mencioné, señalando las millones de estrellas que decoraban la esfera nocturna, supe entonces que los colores en los ojos de ese ángel eran los que había en el universo, mas allá de la tierra que nuestros pies pisaban, un lugar que aun extendiendo mis brazos, mis manos jamás podrían alcanzar. A él no le importaba el color de sus ojos, cuando quise darme cuenta, lo encontré absorto en la existencia de un pequeño Sanantonio que caminaba por su palma. Airha veía la belleza en la criatura mas pequeña, y se cautivaba por lo que estaba frente a él, lo que podía caber en su mano. Apreciaba mas que nadie lo que ya tenía, en vez de buscar desesperada y angustiosamente lo que no.
La ultima noche que pasé con él es la que mas retengo celosamente en mis memorias. Me enseñó un pedazo de luz, un regalo para mi, y la colocó en el cuenco vacío y oscuro de mi ojo. Porque, como Airha cargaba en su espalda una sola ala, yo había nacido con un solo ojo. Cuando cerraba mis parpados podía ver el universo, podía ver las constelaciones, todos los sistemas solares y todas las galaxias, pero solo con los ojos cerrados.
Me dio un beso, y acarició mi cabello gentilmente hasta que me quedé dormido, temiendo que ese sería el primer y ultimo beso, casi como una premonición. Y a la mañana siguiente cuando desperté Airha ya no estaba.
-¿Entonces tu también desaparecerás después de que hayas cumplido con tu cometido?-. Airha sonrió con pena ante aquella pregunta y en secreto dejó que una lágrima roja se soltara de sus ojos, aquellos que antes poseían los colores del universo.
Cuando Airha abandonó este mundo sentí como si el tiempo se detuviera por un segundo, y aunque fuera doloroso jamás pude dejar ir su recuerdo y jamás deseé hacerlo. ¿Por qué habremos de anhelar la eternidad cuando la belleza que hay a nuestro alrededor es efímera como la vida?
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