El Jardinero cuidaba con recelo sus plantas y flores, su hermoso jardín siempre perfecto, hasta que llegó el gato blanco. El animal lo observó inquisitivamente con aquellos ojos extraños, el derecho de color verde y el izquierdo de un peculiar turquesa. Al principio no le dio mucha importancia, se limitó a espantar lejos aquella peste de su amado jardín, pero el gato seguía volviendo, así que intentó atraparlo, sin mucha suerte. El gato blanco iba y venía a su antojo, lejos del alcance del Jardinero. Una noche el hombre soñó con el gato, con sus ojos extraños y su mirada afilada, soñó como este destruía el rosedal, soberbio, malicioso, como si se estuviera burlando de sus esfuerzos. Al día siguiente se encontró al animal muerto junto a las rosas, estas se conservaban impolutas y exquisitas, como siempre. Aliviado, el Jardinero tomó una pala y cavó una pequeña tumba donde colocó el cuerpo rígido y blanco, para continuar con sus tareas cotidianas. Pasaron un par de días, y sobre el muro cubierto de verdes enredaderas descansaba un gato blanco, al cual el jardinero juró, por aquellos ojos extraños, haber enterrado con sus propias manos. Esto se repitió una y otra vez, incansablemente, un día el gato aparecía muerto, el jardinero cavaba una tumba sin lapida y unos días después el mismo maldito gato volvía, para reírse de él, de su hermoso jardín, con flores marchitas que desprendían un aroma putrefacto, tierra suelta y gusanos, su amado tesoro se había convertido en un cementerio con 500 tumbas donde descansaba 500 veces el mismo gato blanco.