viernes, 15 de octubre de 2021

Lo que Ocultan los Bosques - Capítulo 1 El Pueblo Rojo

 

El Pueblo Rojo


Solía mudarme mucho, el trabajo de mi padre me había obligado a conocer varias partes del mundo. Trabajaba para una revista de viajes, escribía artículos sobre destinos extraños o poco conocidos, yo los consideraba como "información sobre pequeños pueblos perdidos que a nadie le interesa visitar", mi madre por su parte era senderista y guía profesional, a ella si le gustaba viajar por el mundo, a diferencia de mi, ir de pías en pías, conocer nuevos sitios que nadie había explorado debidamente, así que ayudaba a mi padre con sus artículos y las fotos. De esa manera fue como terminé en un pequeño y aislado pueble al sur de Francia, "El Pueblo Rojo", era conocido así por estar rodeado de un extenso bosque que lo separaba de la carretera y cualquier otro lugar habitado, como si fuera una muralla, los otoños eran largos y las hojas de los arboles se tornaban de un color rojo profundo, tiñendo el pueblo  con una acolchada capa de este mismo color cuando las hojas caían y se amontonaban por doquier. Además de aquello tenía otra peculiaridad que noté al revisar el mapa de la zona, las calles, la mayoría terminaban en un corredor sin salida, muy pocas de estas desembocaban en otras. Mientras mas te alejabas del centro del pueblo los intrincados caminos comenzaban a parecerse a las raíces de un árbol. Parecía que fácilmente podríamos perdernos en aquel lugar, pero nuestra llegada resultó mas sencilla de lo que me hubiera esperado. A primera vista se sentía como un sitio tranquilo y acogedor, un lugar en donde nunca pasaba nada, pero quizás esa era la impresión que quería darte, a propósito, para que bajaras la guardia. Por desgracia yo caí en su trampa, y conocí su verdadera cara mas temprano que tarde. 

Estuve casi 6 meses desaparecida, según lo que escuché. Cuando regresé había surgido del bosque como si de un fantasma se tratase. Recuerdo los rostros desconsolados de mis padres, cubiertos en lagrimas y un llanto de agonía y alivio, me abrazaban con fuerza, rodeándome, dando gracias al cielo por tenerme de vuelta. Luego el hospital, me revisaron y chequearon de arriba a abajo, pero no encontraron nada, no había indicios de inanición o deshidratación, no había rasguños, golpes o cualquier tipo de abuso físico, mi cuerpo estaba completamente sano. Lo poco resaltable en mi, era mi falta de ropa cuando me encontraron y la incapacidad de hablar. Todos querían saber que me había pasado pero las palabras simplemente no salían de mi boca, y en realidad en mi mente un único pensamiento se repetía opacando cualquier otra cosa, necesitaba regresar al bosque. De todas formas la policía logró encontrar a mi secuestrador, o lo que quedaba de él, su cuerpo yacía junto a un árbol muy cerca de una vieja cabaña alejada del camino, no llevaba mucho tiempo muerto pero su cuerpo ya había sido devorado por los animales, o mas bien por un animal, un animal muy grande. Me proporcionaron una psiquiatra obligatoria que servía como mi terapeuta, al menos hasta que el caso se resolviera completamente, en realidad no fui de mucha ayuda para la policía, quienes estaban desesperados por averiguar que mierda había sucedido en aquel sitio, no consiguieron nada de mi, no dije una sola palabra. 

Pero si recuerdo, perfectamente, recuerdo todo lo que pasó. Me perdí, seguro que me equivoqué de calle cuando regresaba a casa, recuerdo a ese hombre de pelo canoso con su destartalado auto gris, hablando en francés, creo que dijo que quería ayudarme a encontrar mi casa, le repetí la dirección con la mejor pronunciación que pude, él asintió con la cabeza y me tomó de la mano para que subiera a su auto, me pareció extraño pero el temor de perderme aun mas, alejarme del centro y terminar en el bosque fue mas fuerte que mi sentido común, así que me fui con él. Lo siguiente que recuerdo es estar encadenada a la pared de una vieja y sucia cabaña, pasé mucho tiempo allí, si hacia algo de ruido aunque fuera un leve crujido de cadenas me golpeaba con fuerza, si no hacia ruido de todas formas me lastimaba y abusaba de mi casi todos los días. Las ultimas semanas fueron las mas difíciles, estaba deseando morir con cada fibra de mi alma, ya no podía aguantarlo mas. Me aterraba cada vez que escuchaba el sonido de sus pisadas crujiendo el follaje seco y rojo. Me recosté en el suelo y esperé, estaba demasiado cansada como para intentar escapar, gritar o pelear por mi vida. Sentí que algo me llamaba, no una voz, sino mas bien una sensación que me logró despertar, abrí los ojos lentamente y vi a una niña parada justo frente a mi, observándome, era tan hermosa que parecía un ángel, por un momento me creí muerta o quizás estaba alucinando, iba con los pies descalzos, vestida con un sencillo pero precioso vestido blanco, llevaba el cabello suelto, una larga y rizada cabellera pelirroja contrastando contra una piel pálida. Intenté hablarle, pero mi garganta estaba tan seca y adolorida, no pude decir nada, no pude detenerla cuando se dio la vuelta y se fue, dejándome sola otra vez, mis ojos se empañaron y derramé las ultimas lagrimas que me quedaban, un llanto silencioso. 

Aun pensaba en aquella niña mientras mi terapeuta intentaba sonsacarme alguna palabra, lo que fuera, creo que a esa altura le hubiera bastado con un ruido o un gesto, pero no recibió nada, mi rostro no mostraba ninguna expresión, era un caso perdido. Suspiró con un dejo de frustración, mas frustrada debía estar la policía quien aun no encontraba al asesino de mi secuestrador, solo tenían mi ADN y el suyo, pero tampoco podían saber si había sido yo. Por un tiempo todo lo que hice fue ir de casa a la clínica, donde tenía mis sesiones, y viceversa, empezaba a sentir hambre, un hambre ligera que poco a poco incrementaba, mis padres estaban preocupados porque no estaba comiendo, querían internarme pero en cada chequeo medico el doctor aseguraba que yo estaba saludable, creo que él pensaba que mis padres solo estaban exagerando, y ellos no podían entender como, si no comía nada, ¿Cómo era eso posible?. 

Un día me topé con un hombre, antes de entrar al consultorio, era otro paciente de mi terapeuta. Se alejó rápidamente rumbo a la salida, quizás lo espante con mi poco sutil forma de mirarlo. La doctora pronunció mi nombre y entre al cuarto sin despegar mis ojos de aquel hombre que se perdió al doblar a la derecha al final del corredor, seguí observando en la dirección en que se había marchado, aun con la puerta ya cerrada. Ella se dio cuenta, y al notar, aunque fuera, una leve reacción de mi parte, preguntó -¿Conoces a ese hombre?- No le presté mucha atención pero respondí con otra pregunta -¿Es un paciente suyo?- Intentó reprimir el asombro en su rostro, era la primera vez que me escuchaba hablar desde casi dos meces de habernos conocido. La doctora continuó con naturalidad, o al menos tratando de fingirla - Si, es mi paciente, recientemente tuve cambiar sus sesiones para hoy-. -¿Vendrá de nuevo?- pregunté interrumpiéndola. Creo que me malinterpretó, comenzó a parlotear sobre como no tenía de que preocuparme, que este era un lugar seguro, y que nadie podría hacerme daño. No era lo que quería saber, así que guarde silencio por el resto de la hora. Regresé a la semana siguiente, mi padre me dejó en la puerta de la clínica y se fue, pero no entré, esperé afuera a que ese hombre saliera, lo vi dirigirse al estacionamiento y lo seguí. Cuando se dio cuenta de mi presencia me preguntó nervioso si necesitaba algo, yo asentí con la cabeza y señalé su auto, me cuestionó si lo que quería era un aventón y volví a asentir, abrió la puerta de su auto, del lado del pasajero, entré y me senté junto a él. 

Llegué a casa un par de horas después, mis padres me recibieron entre lagrimas, gritos, abrazos y regaños, querían saber donde había estado, por poco y no llaman a la policía. No respondí nada, una vez libre de su agarre, cuando ya se hubieron calmado, subí a mi cuarto. A esa altura ellos ya estaban pensando en dejar el pías, comenzando a planificar cual sería su siguiente destino, ansiosos por dejar este pueblo lo mas pronto posible, el miedo, la preocupación y el estrés comenzaba a desbordarlos. Consideraban un lugar mas seguro para vivir, tal vez alguna ciudad de Europa del norte, una zona mas poblada, con un colegio y jóvenes de mi edad. Era lo que siempre había soñado,  antes de lo que me pasó, aquello me hubiera hecho muy feliz, pero ya era demasiado tarde para tener una vida normal. Tenía mis propios planes, el bosque me llamaba y debía regresar. Mientras ellos discutían sobre la mudanza y que iban a hacer con el trabajo, en las noticias mencionaban el hallazgo de un cuerpo en el bosque, otro hombre había sido encontrado muerto, devorado casi por completo, la carne de su rostro roída hasta el hueso y de sus órganos internos solo quedaban algunos restos. Tomé la cuchara que tenía frente a mi, la hundí en el plato de sopa y me la llevé a la boca, mi madre paró en seco, dejando de prestarle atención a la conversación con mi padre, me observaba con una sonrisa al borde de las lagrimas, mientras comía la sopa que me había preparado. Poco tiempo después me comentaron que la próxima semana sería mi ultima sesión con la doctora, asentí con desinterés, mi madre ya se estaba acostumbrando a eso. 

El día llegó, esta vez mi padre me acompañó hasta la puerta del consultorio y dijo que me estaría esperando en el estacionamiento cuando saliera. Entré, la mujer me miró con una sonrisa, luego de hacer una pequeña broma con el susto que le había dado cuando no me presente aquel día, confirmó el hecho de que esa sería nuestra ultima charla. -Lo se- Su sorpresa no fue tanta como la primera vez pero aun le resultaba increíble poder escuchar el sonido de mi voz, comentó que le hubiera gustado tener al menos una conversación apropiada conmigo, lamentaba el no haber podido ayudarme, aunque fuera solo un poco. -¿Quiere saber lo que pasó?- Pregunté con un tono neutro y monótono, sus ojos se abrieron de par en par, intentó serenarse inmediatamente para poder contestarme de una forma profesional -Solo si tu quieres contarme- Volví a hablar, después de mucho tiempo, sin acotarme a una frase corta o una respuesta monosilábica. -En realidad no me interesa contarle lo que pasó, pero se cuanto desea saberlo, igual que todos los demás, considérelo como un regalo de despedida- Mi voz y mi rostro no mostraban ni un deje de emoción de ningun tipo. Ella se limitó a aceptar mi regalo con un silencio expectante. Comencé por el principio, como conocí a mi secuestrador y terminé en aquella cabaña, y luego le hable sobre la niña del vestido blanco. 

Regresó al mediodía con las compras del mercado y algo de leña para la estufa, inmediatamente las dejó sobre la mesa y empezó a mirar alrededor, murmuró algo que no llegué a entender, se veía molesto e intranquilo, desde donde estaba podía alcanzar a ver una de las ventanas, con asombro y miedo la divisé parada frente a la casa, como si esperara, el hombre también la notó, tomó rápidamente la escopeta y fue por la niña. Casi no podía mantenerme despierta por el agotamiento, cerré los ojos lentamente, percibiendo el espeluznante sonido de las hojas crujiendo, disparos, silencio y luego los gritos, pero no eran los de la niña. Un sonido viscoso y desagradable me mantuvo consiente después de espabilarme con aquellos gritos, era como si algo o alguien estuviera comiendo con la boca abierta, después de un rato aquellos ruidos grotescos fueron suplantados por una voz gentil y cálida -¿Quieres salir?- No pude responderle, pensé que estaba muriendo, sentía que estaba muriendo -Te sacaré de aquí- afirmó, con ese mismo tono suave y amable. -Pero...- Sus palabras quedaron suspendidas en la profunda oscuridad de mi conciencia. Cuando desperté lo entendí, era libre y ya no sentía dolor, como si aquellas horribles cosas jamás me hubieran pasado, aunque aun pudiera recordarlas. Vi el cadáver destripado al salir de la cabaña y un rastro de sangre que se perdía entre el rojo seco del follaje, regresando a lo profundo del bosque. De alguna forma sabía como salir de ahí, así que simplemente caminé y seguí caminando hasta hallar la fuente de ese apetitoso aroma.  

La doctora me observaba consternada y algo escéptica. -¿Así  que aquella niña mató al hombre que te secuestró?- Intentaba procesar y entender lo que le acababa de contar. -No, no exactamente- Respondí, dejándola aun mas confundida que antes. No tenía mas nada que decir, así que, resignada, me aconsejó que continuara con mi tratamiento en mi nuevo hogar, y que estaba feliz de haber podido conocerme y hablar conmigo. El reloj marcó el final de la sesión, me levanté y me acerqué a la puerta -Ya es hora de que vuelva- Susurré al salir. Caminé por el corredor hasta encontrar la salida de emergencia, seguí por una pequeña calle en dirección opuesta a mi casa, una de esas calles sin salida, que desembocaba en el bosque, mientras esperaba sentí el sonido de los tacones acercándose rápidamente hasta detenerse, la doctora me llamó por mi nombre. Palabras ininteligibles, gritos en un idioma que suponía no saber, no tardó mucho en darse cuenta, mi garganta reseca ya no podía pronunciar ni un sonido, según el doctor mis cuerdas bocales se habían atrofiado, esa era mi cicatriz y mi obsequio.  De pronto la doctora se paralizó, algo se acercaba a nosotras, asomándose entre los arboles, una niña de largo cabello rizado y pelirrojo, contrastando contra su pálida piel de porcelana, vistiendo un sencillo y hermoso vestido blanco. aquella que seguramente, y como psiquiatra, pensó que mi mente había creado para protegerme de los traumáticos eventos que me ocurrieron. Justo frente a sus ojos, lo que me llamaba desde las profundidades del bosque había venido por mi, tomé su mano y con la otra me despedí de la doctora con un silencioso gesto. Comenzamos a adentrarnos, perdiéndonos rápidamente entre la roja espesura. 

Si llegan al Pueblo Rojo, no vayan al bosque, es muy posible que se pierdan y muy improbable que puedan salir.